jueves, 25 de diciembre de 2008

Muerte en Navidad

Lo maté, lanzó la mujer anciana sin titubear en medio del almuerzo navideño. Los invitados la miraron impertérritos. Una sonrisa volvió a dibujarse en su rostro firme y comenzó un relato estremecedor. Detalles de la huida, cuchillos afilados, sangre desparramada.
Mientras hablaba, balanceaba sus brazos gordos de un lado para el otro. La transpiración corría apurada por su cuerpo que atestiguaba la historia. La mesa se movió varias veces y los platos siguieron el ritmo.
Todos sospechaban de esa muerte. Había ahorcado, zarandeado, acuchillado, apuñalado, despedazado. El conejo esperaba en el horno.

Fatalidad

Veo ojos tibios desparramados en tus zonas erógenas.
La sangre recién despierta las voces desnudas.
Morir, vivir, partir.
Estamos solos.
No hay remedio.

domingo, 21 de diciembre de 2008

22

El 22. Un número par, capicúa, segundo, divido dos, doble, indescifrable. Le gritan El Loco, lo apuestan, lo vencen. Conocí el 22 un día cualquiera, cuando un hombre curioso me habló de ese número, embelesado ante su presencia. El 22 lo había perseguido incesantemente como un conjuro desde su nacimiento. Su madre lo parió una tarde naranja del 22 del mes 11, que al multiplicarlo por dos resulta 22. Y quedó registrado bajo un documento de identidad encabezado por 22, como un sello indeleble.
Después me enamoré perdidamente del hombre del 22. Desde entonces asombrada advierto cómo ese insólito número lo acompaña a todas partes. El asiento del colectivo, el número del boleto, el vuelto, el valor de un producto que gusta adquirir.
Al 22 lo busco para pensar a este hombre apasionado, íntimo e inquieto con quien me despierto a diario.

Timoteo

Timoteo, te amo
le dijo la mujer estremeciendo su lábil rostro frente a un espejo
La tierra rompió en un latido
y los amantes se desgarraron con ella
A veces él sale corriendo con un rojo zapato
agitado
hurga curioso en el destino
Aparecerá, querido, la muerte es un puente que no viene de vuelta

Pacto

Te quiero desde ese día que volteaste para verme
Y decirme un seco hola
Y mi amor se convirtió así
En un torbellino incontrolable
Mis ganas de tus besos y de tu cuerpo
Tu pecho acalorado sobre mi mundo vertiginoso
Tus brazos y mis manos

No sabía si era así o era otra parte
Aquel instante mustio
Los miles de pasos de distancia
Los portarretratos trizados por los años soporíferos
Sonreí y después una brisa ligera me fue desnudando

Otro aniversario, otro mundo, otro color de todos los colores
Una habitación deshabitada
Vos, yo y este pacto inconfesable.

jueves, 18 de diciembre de 2008

De sueltas y sueltas

Suelta. Tengo cinco años, 2 meses y 20 días. El sol me hace rascar los brazos si me quedo más de la cuenta mirando hacia arriba. No estoy acostumbrada, repite mi abuela, dice que soy muy blanca. El blanco es un color incoloro. No me gusta. El rojo, sí.
Se alargan los días y nos empujan al patio en el jardín de infantes. La señorita Leonor me pidió que llevara una soga. Dice que nos van a enseñar a saltar. Pienso en la extensión de las acequias y estoy asombrada. Pero parece que se trata de otra cosa. Mañana es el día en que descubriré de qué se trata saltar con una soga. Pienso en saltos. Puentes, charcos, pared, mesa, elástico, punta de pie, escalones. Mi madre compra la soga y la adentro en mi bolso gris. Ahora tengo la soga en mi mente. Duermo y estoy intranquila. Sueño con un ahorcado.


Suelta. Ahora estoy más grande. Tengo 12 años, un mes para los 13. También van mis padres y mis hermanos. Estamos en un auto que se detiene. Suspenso. Las puertas se abren agitadas. Corro. No me freno. Luzco una solera marrón con lunares blancos. Se zarandea con el movimiento de mis piernas. Busco, encuentro, abro los abrazos. Se hace silencio. Hay un ruido roto. Me sueltan.


Suelta. Casi 17. Repito que suelto y me sueltas. Camino descalza. Tocar, palpar, sentir, sufrir. Hay vírgenes que se levantan a bailar. Es Carnaval y estamos casi sueltos. Pájaros, volantines, pelotas, pirotecnia.