miércoles, 16 de septiembre de 2009

No estaban solos

Ella lo miró absorta: "Nadie sabe lo que te puede deparar el destino"
¿Nadie? pensó al instante, con signos de interrogación y frunciendo el ceño como si no entendiera a qué se refería. Ella lo sabía, estaba segura de que él sería su próxima parada, el sitio donde llegaría el subte que se tomaría la vez que decidiera hacerlo.
Él lo pensó dos veces. "Seguro", confirmó con un movimiento suave de la cabeza. Después miró hacia el oeste.
El viento había comenzado a hacerse presente de a cuenta gotas y la gente (los vecinos y las vecinas, esos hombres borrachos que nunca saben hacia dónde van y caminan como pueden y ellas, esas mujeres gordas y en camisón) habían aparecido uno a uno, hasta llenar el bar.
Ella y él ya no estaban solos. Esa soledad buscada, añorada, encontrada y amasada finalmente, que generalmente llega cuando la tarde se va, ya no era una compañía. Estaban rodeados.
Ella disimuló el malestar con un tango viejo. Él reconoció el tango, pero hizo como si no. Después, llegó la mujer de él, nerviosa, moviendo la cartera y meciendo un cochecito al ritmo de un pulso agitado. Después, el marido de ella, con los manos en los bolsillos, como el que llega de un día sin muchos sobresaltos.
Ella volteó la mirada hacia la luna nueva. Y él, hizo algo parecido.